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Conducir en la tercera edad

Conducir en la tercera edad

Conducir un coche propio es algo que a parte de ser necesario en muchas ocasiones, proporciona una gran independencia y libertad de movimiento. Es, a la vez, un acto que necesita de ciertas capacidades para que sea seguro. En relación a la seguridad, nos encontramos con que las personas mayores de 65 están entre las que tienen más posibilidad de cometer infracciones o tener accidentes.



El número de incidencias en la carretera es inferior en personas de edad avanzada que en personas jóvenes, lo que no quiere decir que el porcentaje de accidentes sea menor. El número de accidentes de las personas de la tercera edad es menor por que conducen muchas menos horas. A igualdad de kilómetros, la tasa de accidentes en ancianos es mucho más elevada, y se va incrementando con la edad.



A los mayores les cuesta mucho más hacer determinadas maniobras que a los jóvenes. Está demostrado que el ceder el paso se va volviendo cada vez más complicado, como también el incorporarse al tráfico. Dada su perdida de reflejos y el enlentecimiento de movimientos, esas tareas se hacen cada vez más dificultosas, y por tanto más peligrosa la conducción.



Hay muchos factores que dificultan estas maniobras en particular, y la conducción en general. Como factor más importante podemos señalar la pérdida de reflejos natural del envejecimiento. A esto se suma el mayor consumo de medicamentos que afectan negativamente a la capacidad de concentración. En la tercera edad también se reduce el campo visual y se generalizan los problemas de visión.



Cabe destacar, que aunque su conducción se vuelve más torpe, para compensar esto, los ancianos tienen más cuidado al conducir. Como su visión es más dificultosa procuran evitar las horas más oscuras o con condiciones climatológicas adversas. Así mismo, tratan de evitar las horas de más tráfico, los viajes largos, el alcohol, la velocidad excesiva, etc. Conducen con más prudencia, pero con torpeza.



La condición física y la edad avanzada llevan a que al sufrir un accidente las consecuencias del mismo sean más graves y aumente el porcentaje de fallecimientos y lesiones de importancia que en los accidentes de las personas jóvenes y de mediana edad. Un accidente en idénticas circunstancias conlleva lesiones de mayor gravedad en las personas de la tercera edad.



Otro factor a considerar es que los mayores tienden a renovar el coche con menor frecuencia que los jóvenes. Los coches al ser más antiguos están en peores condiciones y con menos medidas de seguridad, con lo que las posibilidades de tener accidentes graves aumentan. Una persona de edad avanzada puede tener un coche de más de 15 o 20 años que probablemente no tenga ni airbag ni otras medidas de seguridad habituales en coches más modernos, con lo que las posibilidades de accidentes y consecuencias graves también se incrementan.



Conducir no es una tarea sencilla para nadie, y menos para las personas mayores. La conducción requiere ciertas facultades o capacidades. En ocasiones es necesario hacer dos cosas a la vez. Mirar el espejo retrovisor a la vez que se pisa el embrague o se cambia de marcha. Requiere una concentración elevada y destreza corporal. Además esa atención y concentración se requiere en todo momento, y a veces en periodos de tiempo largos, tanto en lo que sucede dentro como fuera del vehículo. Es necesario que las respuestas a las variables que nos van surgiendo sean rápidas, se necesita fuerza física y buena movilidad, a parte de tener bien la vista y el oído en condiciones optimas.



En las personas mayores se suelen tener carencias en estas capacidades, y en muchos casos las carencias son varias, y todas entorpecen la capacidad de conducir con seguridad. Gran parte de estos problemas vienen dados por el normal proceso de envejecimiento, y otros por enfermedades subyacentes. No será igual de seguro al volante un enfermo crónico que un anciano sin enfermedades. Un diabético puede tener un problema de una bajada de los niveles azúcar durante la conducción, con lo que eso conlleva. Tampoco será igual de seguro un conductor de 65 años que uno de 80.



Muchas enfermedades y las demencias hacen perder la concentración o tener un juicio deficiente, lo que convierte a esos mayores en conductores altamente peligrosos. Como también lo son las personas con problemas coronarios o de hipertensión. Algunas enfermedades, más que generar peligro, causan dificultad de movimientos por lo que la respuesta a las posibles incidencias de tráfico se hace más lenta. Evidente es, que la edad puede traer también complicaciones de visión y enfermedades como el glaucoma o las cataratas, que pueden hacer casi imposible conducir con normalidad.



Tenemos que tener en cuenta, que a la vez que enfermamos con más frecuencia, tomamos más medicación para esas enfermedades, ya sean crónicas o transitorias. Es sobradamente probado que hay muchos medicamentos que producen somnolencia y muchos otros efectos secundarios que pueden resultar peligrosos al volante.



La edad también hace que nos sintamos cansados antes que cuando éramos jóvenes. Una persona de la tercera edad acusa antes el cansancio que un joven. Por lo que deberá tener eso en cuenta a la hora de realizar cualquier desplazamiento.



Hay muchas variables que dificultan la conducción, pero ello no quiere decir que en general se deba abandonar al alcanzar una edad determinada. No todas las personas envejecen al mismo ritmo ni tienen el mismo grado de salud. Una persona de 70 años en buenas condiciones puede tener las mismas capacidades o incluso mejores que otra de 50 años con problemas de salud serios.



Todas estas variables y riesgos se puede intentar reducir, tanto en ancianos como en personas de menor edad, con algunas medidas de seguridad básicas, que obviamente, en el caso de los mayores son aun más importantes.



Las personas de edad avanzada, pueden beneficiarse de su experiencia en la conducción para identificar y evitar situaciones peligrosas. Deberán, en todo caso, evitar los desplazamientos largos sin descanso, las congestiones de tráfico, la oscuridad, las distracciones como los móviles, etc. El llevar muchos años realizando desplazamientos  ayuda a conocer con antelación muchos de los peligros de la carretera y ese plus de experiencia puede ser una ventaja a la hora de prevenir.



Hoy en día los vehículos vienen equipados con innumerables extras que pueden ayudar en la conducción, como por ejemplo los sistemas de ayuda al aparcamiento, los sistemas de visión nocturna, el control automático de velocidad, mejoras en la estabilidad y tracción, y mejoras en los retrovisores que reducen deslumbramientos, entre otros muchos. Pero es cierto que las mejoras que tienen los coches de última generación no lo hacen todo, es fundamental que el conductor tenga una forma de vida y la atención médica correctos. Es importante mantenerse en forma en la tercera edad y realizar chequeos médicos periódicos para identificar cualquier problema en la visión, la memoria, el razonamiento y la fuerza muscular, que podrían afectar a la capacidad de conducción.



Es fundamental seguir con rigurosidad el tratamiento de las enfermedades padecidas. Las personas con problemas de visión tienen que tener actualizadas las graduaciones de sus gafas o lentillas, y en caso de cataratas, la operación puede hacer que conducir se vuelva más seguro. El tratamiento para los diabéticos controla los posibles incidentes por cambios en la glucemia, el de la artritis mejora la movilidad, el de los hipertensos previene posibles episodios de accidentes vasculares, etc.





Una buena alimentación ayuda también a mantener un nivel óptimo de salud, y una dieta rica en frutas y verduras ayuda a que el envejecimiento sea más lento. Hay alimentos con propiedades antioxidantes que no deben faltar en la dieta de los mayores. El ejercicio moderado aporta así mismo, flexibilidad y movilidad.



Muchas variables ayudan a la seguridad en la conducción. El conductor tiene que ser consciente de sus limitaciones y anticiparse a ellas. Si se va a realizar un viaje se tiene que procurar estar descansado antes de la partida, parar con más frecuencia que una persona joven, evitar las distracciones y aumentar las precauciones. Pese a todo, llega un momento en el que las personas mayores tienen que dejar de conducir. Como señalamos antes, la conducción exige unas capacidades y con la edad se van perdiendo, por lo que también la conducción debe ir reduciéndose, por propia seguridad y por la seguridad del resto de los conductores. Hoy en día hay muchas opciones de transporte público de gran calidad y no excesivo coste. Mantener un coche que casi no se usa puede suponer a largo plazo un coste más elevado que utilizar otros medios de transporte circunstancialmente.



Los profesionales de salud y la familia pueden ayudar a los mayores a tomar la decisión de dejar de conducir en el caso de que sea aconsejable. En este aspecto el apoyo familiar y la asistencia en caso de desplazamientos necesarios puede ser fundamental a la hora de afrontar el momento de dejar la conducción. Para ciertas personas puede suponer una perdida de libertad y puede llegar a ser difícil. El contar con la ayuda necesaria y los consejos apropiados en ese momento puede llegar a salvar la vida del propio anciano y la de los demás conductores. 

Las relaciones con los nietos

Las relaciones con los nietos

Los beneficios de las relaciones entre los abuelos y los nietos han sido objeto de estudio desde la década de los 80, debido sobre todo al cambio demográfico experimentado durante la mitad del siglo XX.



Estos cambios demográficos se traducen en un aumento progresivo de las personas mayores en las sociedades industriales actuales. Entre otras cosas, esto supone una mayor participación de los abuelos en la familia. Al crecer la esperanza de vida, la participación en la vida familiar de los mayores se desarrolla durante más tiempo. Los abuelos ven, en muchos casos, a sus nietos alcanzar la adolescencia y juventud, e incluso la edad adulta. Así mismo, al mejorar su esperanza de vida y su salud, colaboran más en las tareas del cuidado de los miembros más jóvenes de la familia.



El porcentaje de los mayores de 65 años que presta ayuda a las familias de sus hijos aumenta hasta casi un 40% en la actualidad. Y es aun mayor si el abuelo convive con la familia. Suele ser más participativa en esta colaboración la abuela que el abuelo, aunque el papel de ambos es fundamental. En algunos casos la ayuda es tan importante que se produce a lo largo de la mayor parte del día de los niños. Implica la realización de casi todos los cuidados diarios, como dar de comer, lavar, vestir, llevar y traer al colegio, colaborar en los deberes, actividades extraescolares, etc.



También hay que considerar la figura del abuelo “no colaborador”, ya sea por que no puede, por que no es necesaria su ayuda, o por que vive lejos de la familia. Esta figura es de gran importancia como miembro de la familia y del grupo de afecto de los pequeños. En este sentido, la mayor parte de los mayores tiene contactos con los nietos al menos varias veces al mes. En ocasiones el contacto es mayor, y tanto para los abuelos como para los nietos, el grado de satisfacción es mayor cuanto más frecuentes sean las visitas.



El contacto con los nietos suele ser mayor en la infancia y se va reduciendo, en la mayoría de los casos, con la adolescencia y juventud. Los jóvenes buscan independencia y relaciones fuera de las familias, lo que supone un incremento de la distancia entre jóvenes y adultos. Obviamente, las relaciones van cambiando de modo natural según los nietos van creciendo. Se pasa de ser un compañero de juegos a ser un confidente o un amigo. Este cambio en la mayoría de los casos no hace que disminuya la satisfacción en la relación, si no que se mantiene, ya que se ve este aumento de la autonomía como algo normal y propio del crecimiento de los niños.



Las relaciones entre abuelos y nietos evolucionan, como hemos comentado, desde las actividades de cuidado que se realizan en la infancia hasta más o menos los 12 o 13 años, a otras de mera compañía y apoyo en la adolescencia. De estas actividades de cuidado y vigilancia se suele pasar a otras relaciones de confianza, conversación, paseo, ayuda económica, transmisión de valores de una generación a otra, etc. En este aspecto los abuelos juegan un papel fundamental, siendo a veces árbitro entre padres e hijos en relación a los valores familiares y de desarrollo individual y social.



La relación entre los abuelos y los nietos, en definitiva, implica unos vínculos muy fuertes e importantes. Los abuelos son vistos por los nietos como cuidadores, amigos, cómplices y protectores. Los padres trabajadores no suelen tener tiempo o paciencia para conversar con sus hijos, además con los abuelos y abuelas, hay un vínculo común de afecto hacia los padres, y a su vez, una cierta distancia con los niños, que les permite hablar con ellos de asuntos de los que no hablarían con sus padres.



Lo más habitual actualmente es que ambos padres trabajen fuera del hogar, por lo que no pueden dedicar el tiempo necesario a los niños. Los abuelos son en estos casos la opción en la que más confían los padres para dejar a sus hijos. El beneficio es enorme para los padres, ya que pueden irse a trabajar con total tranquilidad, al saber que sus pequeños están en buenas manos. Un abuelo pondrá toda su atención en ese cuidado, con el plus de cariño que implica la pertenencia al grupo familiar. Ni que decir tiene, que para las familias estos cuidados suponen un gran ahorro en comparación con el enorme gasto que supone para una economía familiar el dejar a los niños con un cuidador a domicilio o llevarlos a una guardería. Por ello, y por la situación económica actual, es cada vez es más importante el papel que juegan los abuelos en la vida familiar.



La ayuda de la familia, y en especial de los abuelos, es el recurso principal con el que cuentan colectivos específicos, como son las mujeres solas que tienen hijos y trabajan. El papel de los abuelos ayudando a sus hijas y sus nietos es tan importante que llega a ser una condición para la viabilidad de las familias monoparentales en las que la madre trabaja.



Todo esto hace que las relaciones y los vínculos que se establecen con los nietos sean cada vez más importantes.



Quedan claramente demostrados los beneficios de la figura del abuelo en el desarrollo de los nietos. Sin duda, la relación abuelo-nieto, tiene unos beneficios psicológicos importantísimos tanto para los mayores como para los niños. Esta relación beneficia a ambos.



Los abuelos que tienen una relación frecuente con sus nietos padecen menos depresiones y disminuye en ellos el nivel de ansiedad. Así mismo, se reduce el deterioro mental al tener una implicación activa, en muchos casos, en la educación de los niños. La salud general del mayor mejora al incrementar su nivel de actividad física, ya que son frecuentes los paseos y juegos con los niños, muchas veces en parques y jardines. La frecuencia de relaciones con otras personas también crece, con lo que se potencia la flexibilidad de criterio y la empatía. Los abuelos que participan en estas actividades tienen con ello una manera de ayudar a sus hijos y a sus nietos, y a la vez se liberan de tensiones diarias y del estrés. Ayuda a que se sientan bien psicológicamente hablando, ya que les hace sentirse útiles y activos, haciendo que la percepción que tienen de si mismos mejore considerablemente.



Los niños se ven también beneficiados, pues en los abuelos encuentran el aliado que no tienen en sus padres trabajadores. Los abuelos son en muchos casos un compañero de juegos, de aprendizaje, de paseo y a veces de realización de pequeñas tareas domésticas, como hacer la compra, hacer postres y sencillas recetas, hacer manualidades, etc. En estos niños mejora el rendimiento académico y se fortalece su autoestima y crece su optimismo. Son niños, en definitiva, más felices y mucho más respetuosos hacia los adultos. Son niños que en lugar de quedarse en casa jugando aislados, se relacionan más con otras personas y disfrutan más de parques y de actividades físicas, con lo que ello conlleva para su salud. Así mismo, hace a los niños más pacientes y tolerantes. Para los niños un abuelo es un compañero con el que se pueden divertir y aprender infinidad de pequeñas cosas y que a la vez, dispone de una paciencia que en muchos casos los padres después de la jornada laboral no tienen.



En definitiva, se establece entre abuelos y nietos una relación de cooperación, afecto y cariño única y especial. Una relación por la que es fundamental y inmensamente beneficioso que los abuelos y los nietos se relacionen con frecuencia, aunque en ocasiones, sea complicado por el ajetreo de la vida moderna o por la distancia.


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